jueves, 20 de noviembre de 2008
Lago
Tus pies de barro en la orilla los consumen tus propias aguas. Ardes y te secas. Fría, calculadora, apuntas bien al corazón de la mansa extensión de líquido. ¡Plof! Cae otra piedra, bien elegida, bien escondida. Cada una que se hunde en el lago, no trae sino revuelto de lodo. Del fondo. De los abismos inexplorados. Las ondas poco a poco se apagan, después de un corto recorrido. Mas el lodo flota hasta la honesta superficie, removiendo flacos sentimientos, vagos recuerdos del vacío. Pero no tarda en volver a la oscuridad, emociones censuradas, recortadas, amputadas. El lago ya no recuerda de tus turbulencias. Ya no recuerda tu nombre. Ya no recuerdas tu pasado.
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